I ara sé que vas amb mi, que seguiràs amb mi fins la meva pròpia mort i la dels que t’han estimat i t’estimen.
L’amor no s’acaba mai.
L’amor és més fort que la mort.
Abans ho creia, ho pensava, ho desitjava. Ara ho sé.
La meva fe és ara més senzilla, sé que vas amb mi.
Sé que m’estimes com sempre ho has fet, a la teva manera, prudent, fidel, amb confiança, coratge i serenor, positivament.
No puc pensar en la teva mort.
Jo no hi ets, però hi ets…
Quan venen tenebres, la teva veu em ressona: – Patufeta!
I el somriure tendre amb què em miraves desfà les ombres del moment.
Desfarà les de la meva pròpia mort, no tinc por.
Aquests dies he tingut una mica de les teves malalties.
Dur ha sigut,
No és més fort qui més pega, sinó qui més aguanta, deies
I tu has aguantat, amb bon humor d’amor.
Jo aguantaré amb tu
Aguantaré la mort i viuré la vida que em queda amb amor,
Perquè així ho has volgut sempre.
Perquè la vida que ens queda és nostra.
Perquè m’has donat prou amor i llibertat i una confiança plena.
Perquè t’has sentit orgullós de mi.
No som perfectes, la perfecció és estimar les diferències, les mancances…
Tu m’has ensenyat a estimar i per això sempre aniràs amb mi.
29-03-2024, als tres mesos del teu comiat, als 65 anys d’una vida en la que he viscut més temps amb tu, el dia següent de l’amor fratern, el dia de la mort del Crist. – “Vaig a preparar-vos estada”, ens recordava Josep Mª Panyella i a tu t’agradava molt repetir aquesta frase. Jo no l’ha entenia gaire. … És que anem a algun lloc?, em preguntava.El nostre net de cinc anyets em va dir en assabentar-se de la pèrdua: –Iaia, el iaio és un àngel i és al cel. –Però a mi m’agradaria més veure’l aquí li vaig contestar assenyalant el teu seient i ell em va abraçar donant-me copets a l’espatlla. Els infants estimats, saben estimar.
Ara sé quina estada has preparat i no és en un indefinible cel, és dins meu. Tindre cura de la nostra cambra i així sabré que vas amb mi.
La casa donde nací era una más de las cinco o seis que había alrededor de un pozo al que no debía acercarme. En el patio pasé la mayor parte de mis cinco años, mirando los cantos que me hacían tropezar. Sería allí, aunque sin saber cómo, que aprendí a leer y a escribir, junto a mi hermano.
El bloque y medio de Bellvitge, que vi alzados sobre los campos cuando me trasplantaron, me confundió. Pero alrededor de la ermita había pequeños espacios, con árboles y bancos de piedra sin respaldo, más propicios al juego de las casitas con las vecinas y al de explorar la naturaleza, cazando pobres saltamontes, con mi hermano.
No os diré nada de aquellas academias horribles donde el “bullyng” lo ejercían los propios maestros. El miedo no era igual al que sentía ante el pozo de la casa del pueblo, una batalla entre la curiosidad y la contención; el miedo, lo supe entonces, te envuelve, te amordaza, te humilla y te hace sufrir.
Encontré un sitio para liberarme, la biblioteca que abrieron en un banco de los de cartilla y dinero. El edificio es un conjunto de prismas y su interior está segmentado en trazos lineales, pero nuestra visión es esférica y así recuerdo aquel universo de libros que me abrieron nuevos mundos a explorar.
Desde entonces los espacios, tanto los reales como los siderales, se multiplicaron: la naturaleza a dónde íbamos con el esplai, el grupo de jóvenes, la familia que creé, las escuelas donde trabajé y en las que procuré espacios de confianza y buen humor…
Pero el caminar, el trabajar o el amar traen consigo el sufrir, llega un momento en que has de parar y mirar el agujero negro de tus temores más profundos. Así que limpias los rincones y por fin los reconoces, te das cuenta de que no son tan intratables y sabes, con toda el alma, que nunca tuviste la culpa de lo que te pasó, reconoces que algunos también lo entendían, aunque quizás falló la comunicación, no se sabía en la España franquista cómo tratar la emoción, no juzgas a nadie, porque todo lo agrandó el miedo de tu imaginación.
Me acerqué y me asomé al pozo y vi, una vez limpia esa turbia oscuridad de mi propia visión, el mundo que me ha llevado hasta aquí, vi libros alados, luz entre las sombras, sonrisas, un movimiento armonioso del que siempre formé parte, os vi, estabais ahí y me mirabais con benevolencia. Por eso escribo.
Maria Àngels García-Carpintero Sánchez-Miguel, 11-06-2023
Considerando lo común que son los episodios de enfermedad y los cambios anímicos que nos provocan, dice Virginia Woolf con su espléndida prosa, parece extraño que no se hubieran escrito cientos de tratados sobre ello, tal como se hace con el amor, la batalla o los celos.
Quizás sí que se han escrito infinitos textos al respecto, otra cosa es publicarlos, puesto que… ¿quién querría leerlos? La enfermedad, dejando de lado a los estudiosos de la medicina y a los hipocondriacos, que no dejan de ser enfermos, sólo nos interesa cuando estamos enfermos.
Escribí miles de textos al respecto en aquella maldita oficina de mi adolescencia, cuando atacó fuerte la “enfermedad rara” que padecí desde que nací.
La rara era yo misma, siempre cansada. Cuando, al poco de jugar, me cansaba, me sentaba a mirar mientras repetía para mis adentros las canciones de cuerda o de corro que las otras cantaban. Luego me imaginaba saltando como ellas. Aprendí todas las letras, incluso aquellas sin sentido.
Por las tardes copiaba en mis libretas los romances y poemas que me gustaban, mientras discurría sobre aquello que no entendía.
No os aburriré con mis problemas porque aprendí muy pronto que nadie quiere escucharlos y además, descubrí que yo tampoco soportaba comentarios al respecto: – Eso, no es nada, a menganita… Oí más desgracias de las que podía soportar y decidí, una vez que me certificaron que lo que me pasaba era lógico, que, si me cansaba, me aguantaba.
Igualmente, no es de la enfermedad de lo que quiero hablar, sino de cómo nos enfrentamos a ella, del coraje. Me ha hecho pensar lo que observo en muchas mujeres que sobrellevan sus males sin perder del todo la sonrisa, llámese cáncer, fatiga crónica o desgaste tras una condena de muchísimos años de duros trabajos para sobrevivir y dar de comer a los suyos.
Me juré a mí misma que jamás justificaría el dolor y la angustia que provoca la enfermedad y no pienso hacerlo mientras viva. El dolor, la vejez, la soledad, el mal, la propia muerte o la de los seres queridos no tienen justificación, simplemente la vida es así y así se ha de encajar procurando hacer todo lo que podamos para estar mejor sin hacer mal a nadie.
Hoy quiero hablar del coraje. Ese coraje que veo en tantas y que me hace descubrir el de mi propia adolescencia: – No engañarme, no evadirme, no resignarme sin más, ni rebelarme inútilmente… resistir y continuar.
Eso me dije millones de veces. Y así hice.
Un refugio en el camino, donde la naturaleza arraiga
Las palabras fueron un refugio para algo que no entendía y un motor para seguir. En ese refugio aprendí a escribir, aunque en realidad eso me da igual. “Por el sufrimiento el conocimiento”, decían los griegos o… “el dolor te hará sabio”, dicen los viejos, pero jamás haré servir ese argumento, la auténtica alegría está en el cuerpo, el real o el soñado, el que salta y baila y reposa y se endereza y goza y duerme y digiere felizmente. Me mantendré fiel al coraje de mi juventud y, si no lo puedo gritar, diré “Mierda”, como hacía entonces cuando no sabía que decir. La más grande mierda: el falso positivismo, lo odio.
De todo lo pasado sólo puedo estar orgullosa del coraje. El coraje de mirar de frente la realidad y no dejar de buscar el bien y la felicidad. El coraje que me transmitió mi abuela, mi familia manchega, mis educadores de Bellvitge. El que se fue desgastando hasta que me sentí caer. El que renuevo con el ejemplo de mujeres que padecen y que se enfrentan a la enfermedad sin tantos prejuicios y tabús cómo nos inculcaron en nuestra infancia franquista, ¡Mierda!
Coraje. Buscadlo en vuestro interior, todos tenemos.
El resultado del coraje no es una mísera resignación, sino la alegría.
Os doy mi palabra, por fin la conocí.
Gracias por el coraje que vivís y transmitís.
Robledal en Calders, El Moianès. Los árboles bailan una conjunta danza.
Maria Àngels García-Carpintero Sánchez-Miguel, 18-01-2023
Parroquia de S. Isidro en el barrio de Sta. Eulalia de Provenzana. AGC, 2021
Un amigo mío, capellán, me explicó algo elemental que nunca había pensado, que la carrera eclesiástica era idéntica a cualquier otra carrera profesional… los puestos mejores para quienes tienen influencias.
En los años del “desarrollismo” español, cuando la emigración interna crecía desmesuradamente invadiendo ciudades como l’Hospitalet de Llobregat, el entonces arzobispo Narcís Jubany habló con un joven sacerdote para ofrecerle un sitio donde ejercer, pero en el que no había ni vivienda incluida, ni réditos complementarios, ni siquiera una iglesia.
El cura joven se llamaba Leandro y la parroquia era la del barrio de St. Josep.
Mn. Leandro, sea por la cercanía afectiva con la ciudad creciente, sea por preferir una vida entre los obreros o porque no estuviera en su deseo el medrar, dijo sí sin dudar. Leandro, apreciado y respetado por sus convecinos, ha ejercido su labor con honestidad. Es bueno para nosotros recordarlo.
Parroquia de S. José Obrero en l’Hospitalet de Llobregat
Lo mismo ocurrió en otras parroquias de Hospitalet. ¿Porqué, sino, hubo tantos curas obreros en nuestra ciudad? En S. Isidro, Mn. Carreras; en Canserra, Jaume Botey; en Bellvitge sur, unos jesuitas jóvenes con un grupo de laicos y en Bellvitge norte, Mn. Monfort y el recientemente fallecido Mn. Fabró, recordados y queridos por cuantos les conocieron, apreciados por su implicación en las luchas del barrio. Todos ellos y muchos más abrieron las puertas de las parroquias a las reuniones clandestinas, fomentaron el asociacionismo en todos los ámbitos: socio-cultural, educativo, recreativo, deportivo…, hicieron posible que los niños y niñas de los barrios tuviéramos acceso a la naturaleza y a la cultura de Cataluña… ¡Hay tantas cosas que se pueden y se deben recordar y agradecer! Evidentemente este no es el momento ni el lugar.
Manifestaciones en Bellvitge, 1977
Estos días, en que sufrimos la continua intromisión de un cadáver en las noticias y en las que se habla de Mn. Fabró y su “no-necesidad” de “ser encumbrado”, quiero hacer una reflexión: forma parte de la condición humana saber que morimos y recordar a los muertos. Los muertos nos pertenecen, podemos odiarlos o sentir asco, también podemos quererles.
A los que recordamos con cariño se nos enraízan en las plantas de los pies, andamos con ellos, aunque no los hallamos conocido. El amor nos define. El amor a sus dos hermanos muertos, al que luchó en el bando «correcto» como al que lo hizo en el contrario, llevó a Antígona a su mortal condena. Nadie nos puede quitar ese amor, aunque nos maten.
La diferencia entre recordar a un Mn. Fabró querido por su valor y humor, por la vida que nos acompañó y que con él fue mejor y encumbrar al personaje está en nosotros, en nuestra mirada. La mirada de una Antígona que se apiada del caído o la mirada del que ejerce el poder y pretende elevar a los altares al que le ha servido y dar a los buitres al derrotado eliminando con ello su memoria.
Como les miremos y les recordemos es cosa nuestra, personalmente me sobran los pedestales, me bastan los pies para seguir tras ellos o para aplastar su recuerdo si fuera el caso. Siempre es preciso conocer la historia.
P.D. Con seguir sus pasos no me refiero tanto a hacer los que ellos y ellas hicieron como a recoger su humanidad, eso nos puede acompañar.
Antigua parroquia de S. Juan Evangelista en Bellvitge norte
Maria Àngels García-Carpintero Sánchez-Miguel, L’Hospitalet, 04-01-2023
A tantas y tantos con las y los que sigo un camino cada vez más incierto
Un aparador copsa la meva mirada, un maniquí, en un món retro, junt a un munt d’acolorides mascaretes, tot un contrast, penso mentre m’allunyo, i no puc fer més que tornar. La botiga és a les fosques, sembla mig abandonada, faré una foto, decideixo, no sé si sortirà bé, però potser servirà per il·lustrar el temps que estem vivim, el de la pandèmia i el del canvi d’era.
M’aturo al davant per estudiar com fer la foto i veig que algú, al fons de la botiga-taller, em fa senyals indicant-me que puc entrar. Em ve a obrir una dona somrient i maca, es pensa que vull comprar una mascareta i em diu que passi, que està a les fosques perquè no podria pagar la factura de la llum.
Li dic que volia fer una foto de l’aparador, no diu que no, però no vol que parli d’ella ni de la seva botiga, –a vegades a les xarxes es fa més mal que bé, em diu i li explico el que intento fer: donar valor a les feines que tradicionalment han fet les dones, a les activitats familiars i quotidianes que es van perdent, com les del cosir o teixir a les cases.
La meva mare era modista i allò que no vaig voler aprendre de petita, cosir a màquina, és el que ara em crida l’atenció; darrera de tot, el record de la meva mare cosint mentre jo llegia, imaginant com seria el que estava per venir.
Li dic que també voldria explicar la realitat d’un món que està canviant i que ens ha dut a una societat que no permet viure amb dignitat treballant com assalariat, autònom o petit comerciant, mentre uns grans oligarques s’enriqueixen d’una manera descoratjadora i desestabilitzant.
Em quedo parada davant d’una màquina que sembla molt antiga, em diu que era de la seva rebesàvia, per folrar botons, que totes les dones de la seva genealogia femenina han fet totes les activitats relacionades amb els vestits, que ella es modista, patronista, dissenyadora i no sé quantes coses més, afegint, al final de la llista: “i vella!”. Som de la mateixa edat, sé el que vull dir, les noves generacions empaiten, reclamen el seu espai.
Em dona permís per fer la foto de la màquina i del que vulgui.
Em fa passar més a dintre, encén la llum, faig alguna foto, unes màquines de cosir antigues per sobre d’un penjador de peu, un mirall d’aquells ovalats que a vegades trobava als llibres que llegia, una pantalla per amargar-se mentre es vestia la tia de Carmen Laforet, a la novel·la Nada…, però em quedo embadalida davant la taula de treball, forta, preciosa i funcional, diu que tot li va fer el germà: disseny i elaboració, – què grans són les coses ben fetes que surten de la nostra ment i de les nostres mans!, dic.
Em fa passar a dintre, un magatzem on guarda, endemés de màquines, de les que m’explica per a què serveixen i del que ja no em puc recordar, els diferents estris: botons, fils, gomes, vetes, complements… tot allò que es ven a les merceries on actualment se sol ensenyar tècniques de confecció. Entre mig dels botons, els articles de neteja més necessaris en aquests temps.
Em fixo en unes pantalles de làmpades, li guarda a un manufacturer que ha plegat, però al que encara li queden unes quantes que potser encara vendrà, una complicitat d’ajut mutu en temps complicats i difícils. Em demana disculpes per l’estat del magatzem, però jo el trobo fascinant, un ordre propi que ella deu conèixer i recordar molt bé, un espai, com la taula, pràctic, fort, bell, un món de seguretats que s’està enfonsant, com nosaltres, que ens sostenim com puguem sobre aquest món líquid, ple d’incerteses, un món on sobreviu la creació. l’amabilitat i la solidaritat humana, però són a les fosques.
Finalment m’ensenya les mascaretes, m’explica com les fa, no només en relació a la fabricació, amb el teixit de cotó i el filtre al mig, sinó també a les mesures higièniques que pren…, tot un desbordament d’enginy i atencions, un tresor que m’omplirà d’aire quan me la posi, ajudant-me a volar entre el record i el desig d’un món més humà.
En sortir faig la foto de l’aparador.
Maria Àngels García-Carpintero Sánchez-Miguel, 11-03-2022
A totes les dones que cusen, dissenyen, arreglen… amb cura i atenció
Als i a les que treballen ajuntant pensament i acció.
Hay agua en mi centro. Agua que brota de una fuente que no está en mí, me la transmitió mi madre en el seno materno. Es el legado de mis ancestros en forma de cultura, de lengua materna, del afecto de todo mi árbol genealógico. Es un agua subterránea que circula en mí, como por la tierra donde nací.
Excavé un pozo, esa fue mi labor. Ahora el agua me inunda, me calma la sed de saber y de querer y es tanta que la puedo compartir y repartir.
Entremezclándose se pasea el aire. El aire contaminado que desgastó mis mucosas y que ya no puedo soportar, el demasiado perfumado que me irrita, el de agentes perniciosos que me abaten sin piedad. Y el que me repone, como el de los pinos y el mar, aquel aire recio que viene de las montañas o el del clima de secano de mi tierra de la Mancha que tanto añoro.
Y entre esas esponjas que todo lo recogen y que se limpian como pueden, aquello minúsculo que hace latir hasta las puntas de los dedos. El amor que se siente en el contacto de la piel más que en ese marcador funcional que llamamos corazón.
Sentir el amor que entra por los sentidos y el desamor que se cuela por las esquinas, sentir la sed y hallar el agua, respirar lo malo y lo bueno, saber de lo humano, dar más amor del que se recibe y ser feliz cuando eso último, raro y escaso, ocurre, y mirar de frente cuando se pierde y seguir amando y renunciar a todo menos a ese latir.
Soy tierra herida y cicatrizada. Tierra excavada, maltratada y amada. Tierra por donde el agua y el aire se cuelan. Tierra fertilizada por la sangre. Tierra que recoge y re-compone deshechos, tierra que huele a tierra. Tierra que ha sostenido todo lo que en ella ha germinado. Tierra que cuida sus muertos y permite el asiento a propios y a extraños. Carne herida que da vida y la cuida.
Hay gusanillos que remueven la tierra, gusanillos del deseo de ser y conocer. La mente se nutre de ellos y son los mismos y son distintos. Se esconden por los rincones y provocan desazones. Forman parte de la vida y la muerte que traemos desde que nacemos. Hay una zona muerta en mi cerebro, por esa abertura os tengo y os siento. Por ella no temo la muerte.
Hay restos de líquido de contraste en mi médula, grapas que siguen donde las pusieron y alguna que se escapó. Hay cal en mis huesos sometidos por años a la humedad del cemento. Hay un exceso de tensión muscular que cuesta relajar. Hay dolores que se olvidan, como el del parir y otros que nunca se acaban de ir. El cuerpo no se acostumbra, no quiere más lancetas.
Mi cerebro lo sabe y necesita ayuda para que sigan navegando las hormonas. La tiene, ¡qué pena quienes no la tienen!… pero el dolor se hace olvido cuando el placer pasa por delante y lo consigue retraer. El de la risa compartida, el del agua fresquita que alivia la sed y el cansancio de los pies y el de ese fuego que me hace vibrar con el tacto deseado, la mirada que sonríe y acaricia o la palabra que penetra hasta esa agua que se remueve en el puro centro de mi ser.
Y lloro… es la emoción por ese amor que conecta y repara. Un amor que, como todo lo propio, nos es dado.
Maria Àngels García-Carpintero Sánchez-Miguel, L’Hospitalet, 2-XII-2021